jueves, 28 de junio de 2012

Muñeco. Primera Temporada By Sarae. CAPITULO 1


Capitulo 1





-Eh… - aparté la pajita a través de la que bebía el vodka, de mi boca, sobresaltado, encogiéndome por la repentina corriente que recorrió mi columna vertebral cuando él posó la mano sobre mi hombro. - ¿Estás solo? – nos miramos y se sentó a mi lado sin pedir siquiera permiso. Me puse nervioso de inmediato. 

-Eh… pues… - tragué saliva. La persona que acababa de aparecer tenía voz grave, muy diferente a la mía. No se porque ese hecho me sorprendió lo suficiente como para hacer que un sudor frío me recorriera el cuerpo mientras me volvía para mirarle. Ropa enormemente ancha, decir que era seis tallas mayor a la suya sería quedarse corto. Rastas… no me gustaban las rastas, me parecía una forma dejada y sucia de llevar el pelo, aunque a él le quedaran realmente bien. Piercing en el labio, mirada clara y limpia, gorra… nunca me había cruzado con alguien así, no supe clasificarlo. Sentí un ligero escalofrío cuando me observó detenidamente, evaluándome con la mirada, de arriba abajo y finalmente, me miró a los ojos. Contuve el aliento y acabó sonriendo. Era una sonrisa pícara y seductora que me dejó helado. 

El lugar donde estaba era el típico sitio en el que te manoseaban el culo cada dos pasos y había tanta gente a tu alrededor, que eras incapaz de saber quien había sido, por eso, en cuanto se sentó a mi lado, me puse tenso. 

Busqué con la mirada a alguien conocido. Gustav, Georg… no los veía por ninguna parte y el estómago se me encogió de horror.

-¿Qué haces aquí solo? – me preguntó de nuevo el tío que se me había acercado. Tendría mi edad, eso me relajó.

-No… no estoy solo. Estoy con… unos amigos que… - volví a buscarles con la mirada. Seguía sin encontrarlos. - … No están. Debería ir a buscarlos. – él se rió. 

-¿Tienes prisa? Te invito a algo…

-No, gracias. 

-¿Por favor? Si te mueves mucho de aquí, van a quedar gravadas las huellas dactilares de todo el pub en tu culo. – me quedé pensativo. No tenía ganas de volver a ser manoseado por todo el mundo mientras los demás se divertían a mi costa. Volví a sentarme.

-Vale. – me terminé el vodka, incómodo. Él me miraba de reojo y en cuanto terminé mi vaso, ya tenía otro delante. Mi nerviosismo aumentaba. - ¿Por qué me miras tanto?

-¿Sabes que mirado de espaldas te he confundido con una chica? 

-¿Ah, si? 

-No te ofendas. 

-No – mentí. – Si me has confundido con una chica… no tienes que estar aquí…

-Quiero estar aquí. Chica o chico me has llamado la atención. Si me fuera creo que aunque lo intentara ya no podría apartar la mirada de ti. – bajé la cabeza. Sentía mis mejillas enrojecer. 

-Esto… yo no… 

-¿Tienes novia? 

-Hasta el invierno pasado… si. – no debería haber contestado a eso o, quizás, debería haber dicho que si. 

-Interesante… - se formó un profundo silencio. - ¿Y novio? – tosí cuando el líquido se me fue por el lado equivocado a causa de la sorpresa, cortándome la respiración. Él me dio varios golpecitos en la espalda intentando contener una gran carcajada y me encogí al sentir su mano caliente sobre mi brazo desnudo. Saltaron chispas por ese simple roce y apartó la mano enseguida, como si el contacto con mi piel le hubiera dado calambre. Alzó una ceja, observándome con curiosidad y sorpresa. 

Simplemente, acabábamos de conectar. No había más historia. 

-¿Cómo te llamas? 

-Bill. – le había contestado. Ya no había marcha atrás. 

-Bill… tengo un hermano que se llama Bill. 

-¿Si? Yo también tengo un hermano. No lo veo desde los cuatro años y viene mañana desde Stuttgart. – abrió la boca con sorpresa. Parecía estar a punto de decir algo, pero finalmente, se mantuvo callado y se rió. 

-¿Desde Stuttgart? 

-Si. ¿Por qué?

-Hum… - ladeó la cabeza. Por un momento se tornó pensativo. – Por nada. – le di un nuevo sorbo al vodka, más animado, pero igual de nervioso. - ¿Y no le ves desde los cuatro años? 

-No. Mis padres se separaron y mi padre se llevó a mi hermano y yo me quedé con mi madre. Es… como esa historia en la que separan a los gemelos y no vuelves a saber más del otro…

-¿Sois gemelos?

-Si… o eso me han dicho. No lo recuerdo bien. Solo recuerdo que éramos idénticos a los cuatro años y que jugábamos con la arena del parque ha hacer castillos. 

-Hum... Y no has sabido nada de él desde entonces. 

-¡Nop!

-Hum… ¿Y por qué de repente después de…?

-Quince años. 

-¿Tienes diecinueve? 

-Si. – sonreí. – Recién cumplidos. 

-Hum… que casualidad, yo también. – murmuró, con cierta diversión - ¿Y por qué ahora viene desde Stuttgart? Para… ¿verte? – puse los ojos en blanco y aparté el vaso vacío de vodka de mí, girándome en el asiento para situarme de frente a él. 

-Es una historia muy larga. 

-Tengo toda la noche por delante. – sonreí. No solo habíamos conectado. Me gustaba. 

-Se metió en un lío. Por lo que me contó mi madre, insultó a un profesor, él le pegó y mi hermano se defendió, pero se pasó. Le metió una paliza y después, cuando lo expulsaron de la universidad, prendió fuego al coche del profesor, cabreado por eso de que le expulsaran. Pasó la noche en comisaría y le acusaron de delincuente, porque no era la primera vez que se metía en esas movidas. Iban a meterlo en la cárcel pero mi madre es abogada y tiene buenos contactos. Pagó la fianza y pactó con mi padre que se viniera aquí un tiempo, esperando que se le pegue algo de los dos.

-Hum… - se tragó su bebida de un sorbo, sin apartar su mirada de mí. – Tú hermano es chungo ¿no?

-Si. Y eso me da miedo. 

-¿Por qué? – no borraba esa pícara sonrisa de la cara en ningún momento. 

-Pues… imagínatelo. Mi madre está casi veinticuatro horas fuera de casa. Le daría tiempo a amordazarme, atarme, maltratarme y violarme, Uuuhhh, aparecerá mi cadáver en las noticias. 

-¡Jajajaja! – me reí con él. La tensión había desaparecido. No había hablado con nadie sobre mi hermano y en los cinco minutos que había estado charlando con él, me había quitado un peso de encima. – Estás jodido ¿no? 

-Sii, mucho. Por eso mis amigos me han arrastrado hoy hasta aquí. Querían que ligara y me tirara a alguien y… - me ruboricé. Él entrecerró los ojos con malicia. Se pasó la lengua por los labios y se toqueteó el piercing con la puntita de la lengua. Encogí las piernas bajo la mesa y por un momento tuve la tentación de llevarme la mano a la entrepierna, intentando evitar lo inevitable. 

Nunca me había pasado algo así y no sabía que hacer. Nunca me habían interesado los tíos y, por supuesto, no me iban para nada los rollos de una noche. Esa clase de cosas me repugnaban pero… él me estaba mirando de una forma que hacía que todos mis principios quedaran a un lado. ¿Debería dejarme llevar?

-Mis amigos también me han arrastrado hasta aquí como… despedida. – tragué saliva al oír esa palabra.

-¿A dónde vas?

-Me mudo a Hamburgo y no los veré en un tiempo. 

-¿Aquí? ¿Te mudas aquí? 

-Si, aquí. Cerquita… - se rió irónicamente y yo no le vi la gracia. – Puede que esta no sea la única vez que nos veamos.

-Ah… no…

-¿Te gustaría volver a verme? – suspiré. Sentí sus ojos clavados en mí, esperando una respuesta cuando bajé cabeza, abochornado. Mi pelo oscuro y liso formaba una especie de cortina negra que ocultaba mi rostro ruborizado de su penetrante mirada hasta que lo apartó y lo colocó tras mi oreja. Las chispas volvieron a saltar, pero esta vez no me sobresalté, sentí hormigueos que me hicieron estremecer de placer por todo el cuerpo. – Debería irme… - noté su aliento chocar contra mi oído. Cada célula de mi cuerpo se estremeció. - ¿Te vienes conmigo? – tragué saliva. Posó su mano sobre mi muslo, cerca de la ingle y lo apretó con suavidad. Me levanté casi de un salto del asiento, con el corazón bombeando la sangre que poco a poco se iba acumulando en un único lugar. Ya ni siquiera me llegaba la suficiente al cerebro como para pensar que aquello no era buena idea. 

Me gustaba y en cierto modo, sentía el deseo de probarlo, pero solo con él. Ni esa noche ni ninguna otra abría aceptado la proposición de otra persona. Él era especial, nuestra efímera conexión era especial, aunque eso no quisiera decir que fuera del todo buena. 

Me dejé llevar por el instinto. 

Él me agarró de la mano y me fue guiando a través de la muchedumbre de personas apelotonadas en el pub. Yo mantuve la cabeza agachada en todo momento, incapaz de alzar la mirada del suelo. Estaba totalmente ruborizado y la cabeza me iba a estallar, al igual que el corazón. Medio idiotizado, flotando en una nube oscura. Mi cerebro no paraba de gritar que no era buena idea, pero yo quería, simplemente lo deseaba. 

Ya que iba a pasar los próximos meses y quizás años viviendo, probablemente, un martirio con mi delincuente hermano pegado a mí, al menos, permanecería el recuerdo de esa noche en mi cabeza, porque estaba seguro, quizás por el mismo instinto que me hacía dejarme llevar, que esa noche la iba a recordar siempre. 

Justamente cuando íbamos a salir por la puerta, miré a mi derecha y vi a Gustav. Iba acompañado de una chica, con un vaso en la mano y me miraba con los ojos como platos y la boca semiabierta por la sorpresa. Desvíe la mirada y salí de allí de un salto. 

Me soltó la mano una vez fuera. 

-¿Nervioso? Pareces haberte congelado. - sonrió con una malicia que me puso el vello de punta, que me hizo rozar con los dedos el colmo de la excitación. Ahora, fuera, bajo la luz de las farolas, su rostro me pareció pura atracción. De hecho, casi me daba la sensación de que me sonaba de algo, pero no alcanzaba a recordar qué exactamente. Tenía la sensación de que conocía ese rostro de toda la vida. -¿Pasa… algo? – preguntó, con tono preocupado, como si de verdad esperara que me sucediera algo al verle a la luz. 

-No, nada… es solo que… - empezamos a caminar a través del callejón apenas iluminado. Los nervios empezaban a provocarme ansiedad cuando me di cuenta de que no le conocía absolutamente de nada. Cero. Y me había dejado llevar como si nada... Y ni siquiera estaba preocupado. – Un… amigo mío me ha visto… 

-¿Y eso es muy malo?

-No, no creo. 

-Espero que no se piense que voy ha hacerte cosas guarras. – soltó con ironía. Me reí, un poco nervioso. – Ese es mi coche. – mi mirada se clavó en un enorme todo terreno, un enorme Cadillac oscuro, medio camuflado en la oscuridad del callejón, aparcado, solitario en plena noche. Tragué saliva. 

-¿El Cadillac? 

-Sip. – parecía muy orgulloso de su coche. Anduve hacía él incluso con cierta ilusión. No me gustaban los coches, no me llamaban la atención como a otros, pero eso era el rey de los coches. 

Miré el interior a través de la ventanilla, pero estaba tintada. 

-Es muy grande. 

-No es lo único grande que tengo. – cuando me di cuenta, sus brazos ya me habían encerrado entre su cuerpo y el salpicadero del coche. Apoyé las manos sobre el capó, sorprendido. Me temblaban los labios y una corriente de aire fría me congeló las piernas. Sus labios rozaban los míos… 

-Es… ¿La primera vez que haces esto? – pregunté, tartamudeando. Él suspiró y se rió. 

-Depende… en mi coche, si y con un hombre, también. – ahora, de repente, empecé a sentirme cohibido, mucho. El temblor se extendió por todo mi cuerpo y el simple contacto que sus labios pretendían tomar con los míos me intimidó hasta hacerme retroceder. Mis rodillas chocaron contra el salpicadero y caí hacía atrás. Mi espalda dio contra el capó del coche y quedé medio tumbado sobre él. Oí su disimulada carcajada contra mi oído y descendió su rostro hasta apoyar la frente sobre la mía. - No te pongas nervioso, no rompería un muñeco tan bonito. 

Muñeco…
A esas horas de la noche, en pleno invierno, en un callejón oscuro, las temperaturas podrían llegar al menos cero perfectamente y, como me hallaba en esos instantes, podría haber sufrido una hipotermia y, seguramente, ni siquiera me abría dado cuenta. 
El calor que me recorría la entrepierna y se extendía por todo mi cuerpo, me envolvía y casi me hacía inmune al frío de la noche. 
Su piercing rozando mis labios cada vez que los movía intentando acaparar los míos más y más y más, buscando más profundidad con su lengua dentro de mi boca. Se escurría por ellos, jugueteaba con la mi lengua y rozaba con insistencia el piercing de mi lengua cuando se separó, sonriendo. Noté un hilillo de saliva escurrirse por la comisura de mis labios. 
-Piercing. – se lamió los labios. Era condenadamente sexy cuando hacía eso. Sentí la presión de mi miembro erecto bajo mis pantalones. Casi me dolía. 

Una de sus manos empezó a colarse bajo mi camiseta. Estaba helada, la sentí brusca y ansiosa acariciando mi piel, fría como un cubito de nieve, provocándome escalofríos placenteros. Eché la cabeza hacía atrás, entreabrí los labios, deshaciéndome en suspiros y vi el vaho provocado por mi aliento emanar de mi boca. Uno de sus dedos congelados me rozó un pezón.

-¡Ah! – temblé. Sus labios lo rodearon con la lengua casi al instante, haciéndome estremecer y apoyé las manos sobre sus hombros, clavando las uñas al sentir sus dientes cerrándose sobre él. - ¡Aaahh, no! 

-¿No qué? – me pellizcó el pezón contrario con fuerza. Una sensación que variaba entre el dolor y el placer quedó atascada en mi garganta, deseando estallar en gemidos, pero antes de que pudiera abrir la boca, él me la tapó con una mano, dejando caer por completo su cuerpo sobre mí. Estallé en temblores con el contacto del frío capó contra mi espalda desnuda. – No chilles muy alto. Estamos en la calle. – estaba a punto de tener sexo en un lugar público con un desconocido y solo se me ocurrió ruborizarme y cerrar la boca. Le hubiera golpeado y hubiera salido corriendo… de no ser porque me estaba volviendo loco. No había otra explicación a la locura que estaba a punto de cometer. No comprendía como podía dejarme llevar de ese modo por una persona que acababa de conocer. Sus ojos, su sonrisa y sus gestos me tenían completamente hipnotizado. 

-Puedes tocarme si quieres, no te voy a morder. – se burló de mi pasividad y entonces, me atreví a alzar las manos hasta su cabeza. Sus rastas se enredaron entre mis dedos, su tacto no era áspero, pero tampoco suave. Le quité la gorra con cuidado y juntó sus labios con los míos levemente. Cerré los ojos y entreabrimos los labios, dejando viajar nuestras lenguas a la boca del otro, compartiendo el aliento y los suspiros ansiosos. Sus frías manos se posaron en mi espalda, acariciándola con la yema de los dedos, provocándome escalofríos, descendiendo hasta dar con mis pantalones. Atrapó mi labio inferior entre sus dientes y empezó a lamerlo y a darle besos húmedos. Notaba mi entrepierna cada vez más dura y sus manos se atrevieron a introducirse bajo mis pantalones, agarrando mi trasero con fuerza. 

Se separó unos segundos de mí y se quitó la enorme sudadera, acalorado. Debajo llevaba una camiseta más grande, pero cuando se inclinó de nuevo, me mordió la barbilla y su lengua empezó a recorrer mi cuello hasta llegar a mi oído, lamiéndome el lóbulo suavemente, noté los duros músculos de su abdomen restregarse contra mí en un excitante movimiento, contra mi entrepierna. 

-¡Oh, joder! – grité, sin poder evitarlo. Se separó de mí, de repente y me observó fijamente, con una seriedad que no le había visto hasta ese momento, como si se hubiera dado cuenta de algo. Temí que se echará para atrás justo en ese momento. - ¿Qué… que pasa? – murmuré. Vi el movimiento de su nuez al tragar saliva. 

-Nada… - volvió a sonreír, malicioso. 

Sus manos empezaron a bajar mi pantalón con un ansia que hizo latir mi corazón con fuerza. Entrecerré los ojos. La vergüenza me invadió de repente y me deshice en temblores cuando quedé casi totalmente expuesto al frío de la noche, totalmente expuesto a él. Estaba demasiado excitado y mi miembro quedó tieso y duro frente a su mirada. Cerré los ojos y él se rió. 

-Estás muy duro. – murmuró. Se separó un poco de mí y conseguí acurrucarme un poco, muerto de frío, colocándome entre temblores la camiseta de nuevo. Mis ojos observaban como empezaba a bajarse los anchos pantalones, lo justo para poder ver su miembro tan erecto como el mío. Tragué saliva, aún más nervioso. - ¿Nunca has hecho esto antes? 

-¿E-eh? – tartamudeé. Me castañeaban los dientes. – N-no. 

-Estás temblando. – susurró. Su frente se pegó a la mía. Sentía su aliento cálido contra mis labios helados y empezó a darme pequeños besos sobre ellos. – Estás congelado. Joder… - Rodeé su cabeza con mis brazos en ese instante, fuertemente. Todo su cuerpo acabó sobre mí, haciéndome sentir su calor. Sus manos se entretuvieron acariciándome por todos lados con tanta rudeza que hacía desaparecer el frío por su simple contacto. – Lo siento. Que burro soy… - le oí murmurar contra mi oído y tiró de mí suavemente. Las piernas se me doblaron cuando mis pies dieron contra el suelo, casi haciéndome caer si él no me hubiera sujetado. 

-N-no-noo… - me moví débilmente, lo que me permitió el frío que me congelaba las piernas cuando me cogió en brazos y me llevó a la puerta trasera de su coche. – Su-suéltame – abrió la puerta y me soltó dentro, sobre los asientos de cuero. 

-Espérame aquí. – y cerró la puerta. ¿A dónde quería que fuera con solo las botas puestas, desnudo? Me acurruqué allí, encogiendo las piernas y acariciándolas, intentando entrar en calor. ¿Cómo había acabado en esa situación tan vergonzosa? Por lo menos en ese pedazo de coche hacía mucho más calor. 

Él entró por la puerta del conductor y metió la llave en el contacto, encendiendo la calefacción. Salió de nuevo y tras varios segundos, la puerta que había a mi lado se abrió. Entró y me aparté, haciéndole un sitio. Llevaba en las manos la ropa que me había quitado hacía varios minutos y su sudadera, la cual me puso por encima, tapando mi desnudez. 

-¿Mejor? – preguntó. Asentí con la cabeza. – Te habías puesto azul. – sonreí. Por lo menos los dientes habían dejado de castañearme. - ¿Quieres que te lleve a casa? 

-¿Ya? 

-Son las cinco de la mañana, ¿Tienes otros planes o… quieres seguir? – me miró esbozando una nueva sonrisa pícara que me hizo ruborizar de nuevo. – Puedes vestirte aquí si quieres, no miraré. – Me cubrí más con su sudadera, intentando disimular que a pesar del frío, seguía completamente excitado. Olía a él. - ¿No quieres volver a casa?

-No es eso. 

-¿Entonces? 

-Nada… - quería estar más tiempo con él - ¿Y tú qué? 

-¿Yo? 

-¿No quieres volver a casa? – alzó una ceja, pensativo. 

-No es eso. Te dije que me iba a mudar por aquí, pero no tengo casa hasta mañana, así que hoy pensaba dormir en el coche. 

-Ah… - me acurruqué más en la sudadera hasta que caí en que si yo estaba allí, él no podría dormir hasta que me fuera – Esto… si quieres que me vaya para dormir solo…

-¡No, no! – su sonrisa era encantadora – Si quieres quedarte a dormir esta noche… no tengo ganas de dormir solo hoy, ahí fuera está muy oscuro. –hizo una mueca que me hizo reír. – Además, fuera aún hace frío… aquí se está calentito. 

-Si. – la sonrisa desapareció de su cara y su expresión se volvió seria de nuevo. Empezó a toquetearse el piercing del labio con nerviosismo. 

-Si quieres… - se inclinó un poco sobre mí, vacilando. – Aún tienes los labios azules… 

-Aún están congelados, necesitan calor. Aún tengo frío… - su mano se posó sobre mi mejilla, acariciándola tiernamente, acercando sus labios a los míos de nuevo. 

-Aún quiero jugar con mi muñeco. – no entendía que quería decir con la palabra muñeco, pero no me disgustaba del todo. De todas formas, no lo volvería a ver después de aquello. 

Nuestros labios se fusionaron de nuevo, nuestras lenguas volvieron a entrar en contacto con más ansia que antes. La sudadera acabó siendo aplastada por mi cuerpo desnudo cuando se tumbó encima de mí sobre los asientos. Mis manos le quitaron la banda que tenía sobre la frente y me deshice de un tirón de la goma que le ataba las rastas, sin apartar un momento mis labios de los suyos. 

Se separó de mí, agarrando suavemente los brazos que le rodeaban el cuello, apartándolos de él. Dejé mis manos caer a ambos lados de mi cabeza sumisamente, observando como se quitaba la camiseta y la dejaba junto a mi ropa. Las rastas cayeron sobre su espalda y pecho. La necesidad de acariciar esos músculos me azotó con fuerza. 

-Engañas a las personas con esa ropa tan enorme. – se rió, empezando a bajarse los pantalones de nuevo, ansioso. Se desnudó sobre mí. 

Nunca había pensado que desearía tanto tocar a alguien y desear que ese alguien me tocara a mí. 

-Quiero… quiero… - se inclinó sobre mí, manteniendo una distancia prudencial entre su cuerpo y el mío, entre su piel y la mía. Estaba suspirando ansiosamente y su cuerpo empezaba a brillar a causa del sudor, del calor entre la calefacción y la excitación.

-¿Qué? – tragué saliva – Aré todo lo que me pidas. – cerré los ojos.

-Tócame. – sus manos ahora estaban calientes y sudorosas. Eran callosas y bruscas pero su contacto me gustaba y me excitaba. Me acariciaba el cuello y los brazos, la espalda y el torso con una ternura inimaginable sin apartar los ojos de los míos. Dejó caer su cuerpo por completo sobre mí, apoyando las manos en mi cintura, acariciándola con los pulgares. Notaba nuestros miembros rozarse con cada simple movimiento y los dos nos deshacíamos en gemidos. – Bésame. 

Hacía mucho calor de repente. Nuestros cuerpos estaban cubiertos por una capa de sudor. Mis manos se entretenían en recorrer su espalda ansiosamente, casi arañándola. Las suyas no soltaban mi trasero, agarrándolo entre sus manos. Nuestros labios se devoraban mutuamente, nuestras lenguas no paraban de juguetear. Mis manos dejaron olvidada su espalda y acabaron acariciando sus hombros, descendiendo hasta su pecho. 

-Le tenías ganas eh. – se burló, separándose de mis labios, besándome el cuello y la mejilla. Me reí, recorriendo su duro abdomen con mis dedos. Me mordió el cuello y con un movimiento brusco, se restregó por completo contra mí. Gemí. Él soltó un gemido ronco cuando agarré algo más duro que los músculos de su torso. – Si me tocas ahí… me vas a hacer reventar. 

-No es mala idea.

-Si reviento se acaba el juego, muñeco. – mis manos volvieron a su cuello, nuestras frentes juntas, nuestros labios rojizos debido a tantos besos. 

-Revienta en mí. – su boca entreabierta, tomando aire a bocanadas torció el gesto en una mueca maliciosa. 

-Ven aquí. – sus manos acabaron en mi cintura, tirando de mí hacía arriba. Apoyé los antebrazos sobre los asientos, levantando un poco la espalda y mi trasero quedo sobre sus piernas flexionadas. – Muñeco… 

El calor era intenso, los latidos de mi corazón también. 

-Házmelo. – me abandonaba por completo a él. Por completo a un desconocido. Eso sonaba demasiado fuerte para mí, algo imposible, algo que nunca haría, pero él… no era un completo desconocido, era algo más…

Sino sabía que tenía para provocarme tanto placer, lo que me hacía desear pasar esa noche con él, al menos disfrutaría a su lado. 

-¡Aaaahhh! – cuando me penetró de golpe, grité. No resultaba agradable sentir que algo tan grueso y duro se introducía en tu cuerpo con tanta brutalidad. Dolía. Se me saltaron las lágrimas de puro dolor. Él me apretaba contra su cuerpo, yo arqueé la espalda hasta que mi cabeza dio contra el asiento. Se movía, el dolor aumentaba. Apreté los dientes, tragándome los gritos, esperando que terminara cuanto antes y de repente, paró. 

Abrí los ojos de nuevo, húmedos y noté como me soltaba poco a poco sobre los asientos, de nuevo, despacio, sin salir de mí. 

-¿Por qué… paras? – su mano se cernió sobre mi propio miembro, acariciándolo levemente. Me estremecí. 

-Acaríciate. – mi mano automáticamente se deslizó por mi cuerpo sudoroso con suavidad. Mi simple contacto me ponía el vello de punta y sus ojos sin perderse detalle de cada movimiento mío me excitaban hasta lo inimaginable. Nuestras manos se tocaron cuando las dos se cerraron sobre mi pene erecto, una sobre la otra. Cada vez lo sentía más duro. 

Empezó a moverse sobre mí, inclinándose por completo sobre mi cuerpo. Su respiración entrecortada se mezcló con la mía, nuestros labios se rozaban con cada movimiento, compartíamos el mismo aliento, el mismo cuerpo. 

El dolor desapareció en el mismo momento en el que nuestras manos se movieron de arriba abajo sobre mi miembro, apretándolo con fuerza, al ritmo de las profundas embestidas que empecé a recibir. Sentía calambrazos de placer recorriéndome la columna de arriba abajo con cada estocada, por pequeña que fuera, con cada beso, con cada caricia. Su abdomen se restregaba contra mi bajo vientre sudoroso, rozándome la punta. 

-No… puedo más… - me salían gemiditos agudos de la garganta. Su voz se había vuelto más grave y ronca contra mi oído. 

-Dios… - le hoy susurrar. Cerré los ojos. Tenía la mente en blanco y solo conseguí rodear su cintura con mis piernas, empujando su pelvis con más fuerza contra mi entrada. Con mi mano libre me agarré a su espalda, agarrando una de sus rastas, estrujándola entre mis dedos. 

Estábamos tan excitados y el ritmo había empezado a ser tan brutal, que no lo soportamos mucho más. 

Mi mano se impregnó de mi propia semilla. Mi espalda se curvó y abrí la boca, incapaz de pronunciar sonido alguno, ahogándome en mi propio placer, con la mente en blanco y el corazón alocado. Sentí mi entrada humedecerse, repleta de su esencia. Apreté los dientes con su última embestida que impulsó mi cuerpo hacía atrás. Le di un tirón de las rastas y grité tan fuerte como me permitió la garganta. Oí su gruñido grave contra mi oído y como estrujaba mi miembro entre su mano con tanta fuerza que me hizo removerme bruscamente, con un ligero espasmo. Su cuerpo cayó flácido sobre el mío.

Nuestros suspiros ahogados eran el único sonido que rompía el absoluto silencio que se hizo entre nosotros, intentando recuperar el aliento. Sentía mi cuerpo empapado en sudor, el suyo en pleno contacto con el mío. 

Estaba húmedo. No me importaba. 

Se me cerraban los ojos, embriagado por el ambiente que me rodeaba y los brazos que me protegían. Pensé que él se abría quedado dormido con la cabeza sobre mi pecho al sentirle totalmente quieto y cerré los ojos. Su mano me apartó varios mechones de pelo pegados a mi cara por el sudor. Sus labios me besaron la nuez. 

-Muñeco…

-Hum…

-¿Quieres dormir conmigo lo que queda de noche? 

-Hum… - se rió. 

-Te llevaré a casa. – se apartó de mí. Entreabrí los ojos. Protesté con un gruñido y alcé los brazos, esperando que se tirara sobre mí de nuevo. – El delincuente de tu hermano aparecerá hoy. 

-Me quieres echar. 

-Quiero dormir. – me senté enseguida. 

-Lo siento. - cogí mi ropa con la mano y sentí una ligera presión en el pecho con el movimiento. – Perdona… - murmuré. Me acababa de dar cuenta de mi estúpido comportamiento y me sentí humillado. – Me he tomado… demasiadas confianzas… - demasiadas para un rollo con sexo. Un simple rollo con sexo. 

Empecé a ponerme los boxer y los pantalones rápidamente. Sentí la urgencia de salir corriendo en ese instante. Tenía ganas de llorar. 

-¿Sabes una cosa? – él también se vestía, más lentamente, con más aplomo, observándome con esa sonrisa de chico malo que me ponía el vello de punta – Me gustaría estar más tiempo contigo, aunque no lo parezca. He disfrutado mucho. – bajé la cabeza, poniéndome la camiseta. Estaba avergonzado. Me agarró un mechón de pelo y se lo llevó a los labios. El corazón, otra vez… – Han sido muchas noches y esta, ha sido la más especial. – tragué saliva. 

Me soltó el pelo, apartándomelo de la cara, situándolo tras mi oreja y salió del coche. Se sentó en el asiento del conductor y me miró a través del espejo retrovisor. 

-¿No vienes? Te llevaré a casa, necesito que me guíes. 



-¡Bill! ¿Se puede saber dónde estás? ¡Hemos estado llamándote toda la noche! – tuve que apartarme el móvil del oído para que los gritos de Georg no me reventaran el tímpano. Hice una mueca de disgusto oyendo el eco de su voz a través del aparato sin acercármelo de nuevo y suspiré con los ojos en blanco, esperando pacientemente a que terminara el sermón para poder articular palabra. 

-Georg, calla…

-¡Estábamos preocupados tío! Gustav decía que te habías ido. Se ha puesto histérico. ¿Dónde coño estás? 

-Eeh… estoy de camino a casa. – miré a través de la ventanilla, abierta. El aire me refrescaba un poco las ideas y la mente. Lo necesitaba. 

-¿A tu casa? ¡Pero si estamos a las afueras! ¿Por qué no nos has esperado, por qué no nos dijiste nada?

-Porque estabais ocupados buscando un rollo con el que pasar la noche y a mí, me dejasteis solo. Por eso. 

-Bill… - hizo una pausa. Suspiró. – Lo siento tío ¿Dónde estás? Iremos a buscarte. 

-No hace falta. Ya… voy en coche. Me llevan a casa. – le miré de reojo, concentrado en la carretera, pero sabía que estaba escuchando. No se porque, lo sabía. 

-¿Te llevan a casa? ¿Quién?

-Pues…

-Gustav quiere hablar contigo. – tragué saliva. 

-No tengo ganas de hablar, estoy cansado. 

-Pero está…

-Me da igual. Estoy bien, no os preocupéis. Mañana os llamaré si así os quedáis más tranquilos. 

-Hum… vale. ¿Seguro que estás bien?

-Estupendamente. 

-¿Y quien te lleva a casa? Será alguien de confianza ¿no? – puse los ojos en blanco. 

-Claro. Es de confianza. 

-Vale. Buenas noches entonces y… tío, ¡Cuando llegues dame un toque o no puedo dormir tranquilo! ¡Hazlo! 

-Vaaaale mami. Yo también te quiero. – colgué. 

-¿Eran tus amigos?

-Si. – desde que había arrancado, se había formado un tenso silencio y yo no podía estarme quieto y callado al mismo tiempo, era superior a mis fuerzas. – Son buenos, un poco burros y salidos, pero buenos. 

-Y te han dejado solo en una fiesta. 

-Si… no… bueno, técnicamente… pero no son malos…

-Si fueran buenos amigos, hubieran impedido esto. 

-¿Esto?

-Que yo te cazara. – tragué saliva. 

-No es algo… malo. No es algo por lo que tenga que preocuparme. – sus labios se curvaron en una sonrisa. - ¿Verdad? – pregunté, inseguro. Su sonrisa se ensanchó. 

-Claaaaaaro que no. Soy un tío decente que va a misa todos los domingos y que no se mete en líos… nunca. 

Capté la ironía al momento. 

-Es a la izquierda. – giró el volante y condujo varios metros más allá. – Es aquí. – frenó lentamente. No podía creerme que hubiéramos tardado tan poco en llegar. Me mordí la lengua. Quizás no hubiera estado mal que hubiera cerrado la boca. Nooooo, Gustav me cortaría los huevos al día siguiente, Georg le buscaría con un bate de béisbol hasta debajo de las piedras por engatusarme y mi hermano… mi hermano… 

-Mi hermano… - observé la puerta de casa. Me pareció una casa embrujada, tétrica y oscura. 

-¿De verdad tienes miedo de tu hermano? – se reía de mí y le di un pellizco en el brazo, haciéndome el enfadado. 

-Claro que no. Estoy nervioso, se acabó. – suspiré. Ya era la hora. 

Abrí la puerta del coche y salí por ella a paso lento, muuuuuy lento. No quería irme. Quería… quería… otra noche más… Pero él no me detuvo. 

-Gracias por… traerme. 

-Has sido un placer, muñeco. – sonreí. ¿Qué otra cosa podría hacer?

-Bueno pues… ya nos veremos por ahí. 

-Muñeco… - me hizo un gesto con el dedo. Me incliné hacía delante antes de cerrar la puerta y él me agarró de la barbilla bruscamente y me dio un beso en los labios. Metió algo en los bolsillos de mi chaqueta, me soltó dándome un empujón hacía atrás con tanta fuerza que casi me hace caer sobre la acera. – Si tu hermano te causa muchos problemas, puedes llamarme. Lo mataré. – se rió con una maldad estremecedora y cerró la puerta. 

Antes de que pudiera reaccionar, ya se había ido. 

Me metí en casa, intentando hacer el más mínimo ruido para no despertar a mi madre. Eran las ocho de la mañana, ya había amanecido. Entré en la cocina para beber agua cuando vi que todo estaba exactamente como lo había dejado. Los platos sucios aún estaban en el fregadero, sin lavar. Todo estaba por medio. Mamá no había vuelto, seguramente abría pasado la noche con Gondon. Genial, más trabajo para mí. 

Pero antes dormiría, si. Lo necesitaba. 

Aún llevaba su sudadera puesta cuando entré en el baño, dispuesto a darme una ducha rápida antes de irme a la cama. Pero no lo hice. Cada fibra de mi cuerpo olía a él, lo sentía tan cerca. 

Pensando en eso me eché sobre la cama, abrazando su enorme sudadera. Podría dársela. Podría llamarle con la excusa de que se me había olvidado devolvérsela y podríamos volver a vernos otra vez. 

Me dormí.

Ni siquiera le había preguntado su nombre…




-¡Bill! ¿Se puede saber dónde estás? ¡Hemos estado llamándote toda la mañana! – tuve que apartarme el móvil del oído para que los gritos de Georg no me reventaran el tímpano… otra vez.

-Buenos días, Georg. Se empieza por ahí. 

-¡Te dije que me dieras un toque cuando llegaras! ¿¡Tan difícil es!?

-Me quedé dormido. Lo siento. 

-¡Una mierda! ¡Quiero verte en el Dona dentro de cinco minutos! 

-Hum… pues va a ser que no. ¿Para que quieres quedar tan de repente? 

-¿Qué para que? ¡Detalles Bill, quiero detalles! Ayer mojaste ¿verdad? 

-Hum…

-¿Verdad? 

-Hum…

-Gustav me ha dicho que… ¡No! ¡Mamón! – oí un par de golpes y gritos. En ese momento, apoyé el móvil en el hombro y lo solté, sujetándolo con la barbilla mientras me dedicaba a lavar un plato a fondo. 

-¡Aaahh! – restos de comida se me pegaron en la uña y sacudí la mano, asqueado, salpicándome el agua en la cara. Me estropeé el esmalte y algo de lavaplatos se me metió en el ojo, haciéndome sentir un gran escozor. Acababa de recordar porque nunca lavaba los platos en casa y prefería fregar o intentar hacer algo comestible para la cena. 

-Bill, soy yo. – el móvil se me cayó al suelo mientras me restregaba el ojo con el brazo, intentando hacer desaparecer el escozor, pero lo único que conseguí fue llenarme el brazo de restos de rimel oscuro y estropearme el maquillaje. 

-¡Joder! – me agaché de rodillas a recoger el móvil, que había ido a parar bajo la mesa de la cocina. 

-¿Bill? ¿Bill estás ahí? – oí la voz de Gustav al otro lado de la línea. Agarré el móvil bajo la mesa y me lo llevé al oído de nuevo. Me golpeé la cabeza con la madera al intentar levantarme. 

-¡Ah, mierda!

-¿Bill, estás bien? 

-¡Si, si! 

-¿Qué pasa, tío? 

-Nada. – me acaricié la cabeza, adolorido por el golpe. Las manos me olían al asqueroso lavaplatos que había estado utilizando hacía segundos. Tomé aire y pedí paciencia. – No puedo ir, Georg parece que no lo entiende, ¡Díselo! 

-¿Por qué no puedes venir? 

-Mi hermano… Mi madre ha ido a recogerlo y…

-Bueno, era de esperar, pero tenemos que hablar de lo de… ayer… - suspiré. – Bill, te vi. 

-Ah. 

-Tú también me viste a mí, no te hagas el tonto…

-¿Se lo has dicho a Georg?

-¿El que exactamente? Porque no tengo ni idea de lo que pasó. Tú estabas ahí, ese tío te había cogido de la mano y de repente… Bill, ¿Qué pasó anoche? ¿Lo conocías? ¿A dónde… fuisteis, para qué?

-Gustav… te lo cuento en otro momento ¿vale? Ahora viene mi hermano y mi madre y estoy estresado y… ya hablaremos…

-¿Estás bien? – por el tono grave de mi voz no lo parecía. Me dolía la garganta y tenía frío. Quizás tuviera un poco de fiebre. No sería de extrañar después de lo que hice en pleno invierno, en plena calle. 

-Si. Ya nos veremos. 

-Espera Bill… - colgué. No tenía ganas de hablar. No tenía ganas de nada. ¿Qué me pasaba? Me había levantado pensando en él y llevaba toda la mañana pensando en él y era imposible sacármelo de la cabeza, ni siquiera sabiendo lo que se me venía encima con mi hermano.

Miré el móvil y me mordí el labio. Ya había añadido el número que me dejó escrito en la hoja de papel que me metió en el bolsillo a nombre de Él. Un nombre no muy acertado, pero puesto que no sabía su nombre… tampoco iba muy desencaminado. 

Tosí varias veces. Me subí la cremallera de la chaqueta hasta arriba. Tenía mucho frío y me dolía el cuerpo. Estornudé. Definitivamente, estaba enfermo. 

Apoyé la mano sobre el suelo para salir de debajo de la mesa, me lo encontré totalmente encharcado. Me había dejado el grifo abierto y corrí a cerrarlo apresuradamente, volviendo a golpearme la cabeza con el pico de la mesa durante el proceso y empapándome la ropa de paso. Ahora tenía que volver a fregar el suelo y volver a ducharme. Sentí la tentación de subir a mi cuarto y volver a meterme bajo las sábanas de la cama, agarrar su sudadera, bajo la almohada, y acurrucarme en ella. Miré de nuevo mi móvil.

Quería llamarlo. Me sentiría mejor después de oír su voz y saber su nombre, estaba seguro… no me atrevía. Quizás un poco más tarde…

Oí entonces como las llaves de casa empezaban a abrir la cerradura desde fuera. 

-¡Genial! 

-¡Bill, cariño, ya hemos llegado! – los gritos entusiasmados de mi madre me provocaron un ligero rubor. Seguía llamándome cariño, cielo y tesoro incluso delante de mis amigos y ahora, también delante de mi hermano. Ojala lo avergonzara de la misma manera a él, así no me sentiría el único niño de mamá de los alrededores. 

Suspiré y, nervioso y un poco mareado, empecé a caminar hacía la puerta cuando pisé torpemente el charco de agua que había a los pies del fregadero y me escurrí, cayendo de espaldas hacía atrás, golpeándome de nuevo la cabeza. 

-¡Joder, mierda! 

-¡Cielo! – cuando me quise dar cuenta, mi madre ya estaba frente a mí, agachándose mientras yo me incorporaba con dolor de espalda. – Cielo ¿Estás bien? 

-Si… 

-Menos mal. – me pegó un guantazo en el brazo en cuanto me encorve para levantarme, haciéndome perder el equilibrio otra vez. Tuve que agarrarme a la mesa para no volver al suelo. - ¡Sabes que no me gusta que digas palabrotas!

-¡Mamá, me he caído, a sido un acto reflejo! 

-¡Bill, no me contestes! Tom… - suavizó el tono de voz enseguida y su mirada se desvió hacía el umbral de la puerta. – Siento esto pero no soporto que nadie diga palabrotas en mi casa, por eso, si tienes por costumbre decirlas, no lo hagas aquí ¿De acuerdo? 

-Sin problemas.

Me quedé paralizado. Completamente paralizado. Muerto. Los latidos de mi corazón eran lejanos, una sensación angustiosa se lo tragó todo de un bocado. Un ligero pitido en mis oídos me aisló de la realidad unos segundos. 

-Cariño… - me sonrió mamá, con la cara iluminada. Me pasó los brazos por los hombros, cariñosamente. – Hace tantos años que no os veis… este es tu hermano, Tom. – dejé de respirar en cuanto cruzamos miradas. Esos ojos que la noche anterior me habían mirado con tanto deseo. Esos labios que habían recorrido cada centímetro de mi piel, esa sonrisa, ensanchándose, ocultando tanta malicia. 

Tom… mi hermano gemelo…

-Cuanto tiempo sin vernos… Bill. – se dirigió a mí, con un tono ansioso y malvado. Sus labios susurraron una palabra inaudible que solo yo pude escuchar. 

Muñeco… 

-Bill, cielo, tienes muy mala cara, estás blanco… ¿Bill? ¿Bill? – todo se puso negro de repente. - ¡Bill, cariño! 

Negro, negro, todo negro. ¿Mi hermano gemelo? ¿Él? ¿Y yo? ¿Un muñeco? ¿Su muñeco? 

Dios, ¿Qué locura había echo esa noche? 

Caí con esa pregunta en mente, sin respuesta. Negro, todo negro. 

Su sonrisa… 

¿En serio… me he convertido en el muñeco de mi propio gemelo? 

Supongo que viviré a partir de ahora con esa pregunta en la cabeza.

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